lunes, 7 de octubre de 2013

Maratón Alpino Al-Mudayma

Para este otoño-invierno habíamos decidido adoptar un guión nuevo, basado en hacer muchas menos carreras pero un maratón cada mes (aunque la media de Córdoba está en la cabeza). Así que 3 semanas después de correr el de pista de Membrilla, a ritmo más fuerte de lo que había pensado en un momento, nos íbamos (un casi-engañado Ray y yo) a la montaña. El objetivo, el Maratón Alpino de Al-Mudayma, que tiene su salida y llegada en Almudema, una pedanía de Caravaca de la Cruz. Era una prueba que tenía en mente desde hace tiempo porque te proclamaban "centurión" (y una foto me hice con los dos que custodiaban la salida y meta).

Admirable la organización, el trato dispensado, la inmejorable señalización de la prueba y la satisfacción de ver cómo un pueblecito pequeño se vuelca, en su totalidad, con la prueba. Desde los ancianos hasta los niños, todos. Llegamos el viernes sobre las 20.30 (la prueba era el sábado), recogimos el dorsal, asistimos a una breve charla técnica y nos dieron una cena de pasta incluida en el precio de la inscripción, al igual que el desayuno y la comida post-carrera. Tras charlar con miembros de la organización sobre su carrera y otras, nos fuimos a dormir.

El maratón constaba de unos 2.200 metros positivos (según mi GPS y creo que más cerca de estos que de los 2.000 anunciados por la organización) y recorre las montañas y sierras cercanas a la localidad. Su punto más alto es de 1.137 metros, la llamada Sierra de las Cabras. Se divide en 2 partes más o menos diferenciadas. La primera media es bastante rápida, con subidas asumibles a pesar de la dureza y descensos en buena parte técnicos. La segunda es muy, muy dura. Con dos ascensiones casi criminales (la mencionada y la del Juego de Bolos) y un último cortafuegos a ascender en el km 37.

 Había 4 modalidades: maratón para corredores, 1/2 maratón carrera, 1/2 maratón senderistas y maratón BTT. Este tenía algún kilómetro más, correspondiente al rodeo que hacían para no coronar cumbre en las principales dificultades. Estos eran los más numerosos y nosotros los que menos participábamos (140). En total, más de 1.300 personas, todo un hito para este pueblecito, donde también se celebra un triatlón de media distancia. 

A las 9 de la mañana se daba la salida a nuestra carrera. El primer kilómetro es de transición, por caminos; aquí ya se coge senda, que será la tónica de la carrera: tan solo unos 500 metros de asfalto y poco camino o pista forestal, la imprescindible para ir de una sierra a otra. Como he dicho, la primera parte de la prueba se caracteriza por subidas fuertes, por terreno irregular y descensos técnicos (algunos de ayudarse puntualmente con las manos): especialmente el del Alto de la Ermita. En el km 20 se sube al Alto del Torreón de la Jorquera, un antiguo puesto de vigía. Aquí es el punto de salida de la media maratón y al llegar al mismo segundos antes de que se dé la salida, los que están preparados nos hacen un pasillo y animan. Emotivo.

A este punto he llegado bien, intentando llevar un ritmo cómodo. Sí noto, sin embargo, que llevo la musculatura un poco tensa, especialmente los gemelos. He decidido salir con zapatillas de menos agarre y más ligeras y mochila; lo primero quizá un error, lo segundo un acierto porque el día es excesivamente caluroso (estarán cerca los 30 grados al mediodía). Desde ese momento comienzo a pensar si el estado de los músculos no tendrán que ver con principios de aviso de una posible deshidratación.

Lo emotivo del pasillo humano que me habían hecho los corredores de la media se convierte en una prueba mental cuando empiezan a pasarme. Además, sus primeros kilómetros son cuesta abajo, por lo que salen desbocados hasta los del furgón de cola. Allí me pasa todo el mundo. Y en el kilómetro 23... todo cambia. Llega la subida a la Sierra de las Cabras, con sus 3 partes. La primera, dura pero aguantable (tipo cortafuegos), que termina en un descansito. La segunda, entre árboles, de 1 km al 12%; sin senda, bosque a través para arriba. La tercera, la peor. Entre rocas, en 500 metros se salva un desnivel de 195: casi un 40%. Aquí intentamos avanzar como podemos algunos del maratón ya mezclados con los de los 21 kms y los primeros senderistas que pasamos. 

Cuando se corona, vienen 2 kilómetros de toboganes incómodos, entre pedregales que dificultan el correr. Esto da paso a una bajada muy técnica (con media al 20%) seguida, sin respiro, por el ascenso-escalada al Juego de Bolos: otra pared entre rocas. Empiezo a notar mucha fatiga muscular, los gemelos con dolor cuando tengo que forzar la pisada para subir por las piedras. Me acuerdo, instintivamente, de aquellos que hablan de carreras por montaña cuando van por pistas forestales, de impecable firme y con rampas de 500 metros al 2,5%. Cuando se acaba la primera pared comienza un cresteo donde prima el descenso pero salpicado de cuatro duros toboganes.

En el primer tramo de la bajada, por una senda muy fácil comparada con lo que hemos pasado, por relajarme y por el cansancio... tropiezo y al suelo. Me levanto rápido, tengo ligeras heridas y sólo un problema: no me puedo mover por los calambres. Terribles, nunca los he tenido así. Un corredor se interesa por mi estado, está unos segundos conmigo y le digo que siga, que estoy bien. Pero no puedo ni andar. Intento estirar pero tampoco lo consigo. Al rato, hago otra intentona y el dolor parece que amaina y puedo continuar, con mucho cuidado, el descenso.

Y llega el primer cresteo y el más duro, también entre rocas. Y ahí me quedo, en mitad de la cuesta paralizado por los calambres. Intento estirar el gemelo de cualquier pierna y me duele insoportablemente la parte de delante de la misma; si estiro el abductor, el flexor de la cadera me hace gritar de dolor. Una senderista, parece que entendida, me pregunta si estoy bien. Le contesto, lógicamente, que no, que me he caído y que estoy destrozado por los calambres. Me replica, mirándome las piernas, que parecen deformes, que intente estirar. ¡Estoy en mitad de una cuesta y casi no puedo ni mantenerme en pie! La sombra de la retirada se cierne, claramente, sobre mí. Sin embargo, tras unos minutos, me armo de valor (y, por supuesto de dolor a cada paso) y sigo trepando.


Machacado, consigo llegar al final y, en vez de pararme, vuelvo a trotar cuesta abajo por un terreno cómodo para soltar las piernas. Milagrosamente, aunque voy a ritmo lento, el cuerpo va recuperando la movilidad. Los gemelos, en las subidas, se resienten un poco, pero el cuerpo parece responder de nuevo. En el avituallamiento del 33 me bebo 2 vasos de isotónico y otros dos de agua y relleno la camel back hasta arriba. La siguiente subida por pista la hago sin parar de correr. A pesar de haber bebido en todos los avituallamientos, creo que era deshidratación.

Ya no miro el reloj. Iba para estar en torno a las 5 horas y ahora sólo pienso en poder acabar la prueba. Pero he vuelto a coger ritmo en el trote y ahora me sorprendo pasando a gente de la media y a senderistas. Llego así al Alto de Derramadores, otro de los buques insignia de la carrera. Un corto y duro cortafuegos que no me resulta excesivamente duro, quizá por el infierno padecido con anterioridad. Desde aquí, algún tobogán pero casi todo bajada. Cada vez me encuentro mejor y voy incrementado ritmo, como si no hubiera ocurrido percance alguno. 

La entrada en el pueblo, con alfombra verde, animadoras, speaker... y en subida. Llego lleno de barro, con las rodillas y un codo ensangrentado, pero exultante de alegría por haber terminado. 5h27'59". Nadie dijo que fuera fácil ser centurión.

Espero a Ray, que hace un excelente tiempo para su debú en maratón de montaña y nos hacemos una foto legendaria. Menos de un mes para Oporto. El único punto negro, muchos de los participantes que no comprenden lo que significa "no arrojar basura ni desperdicios al monte". Un reguero de cáscaras de plátano, envases de geles o glucosa, plásticos de barritas e incluso botellas de agua (cogidas de un avituallamiento) por casi todo el recorrido constituyen el único punto negro de esta extraordinaria carrera.